CRÓNICA PATEADA 229

CODESEDA  (A Estrada )  02/09/2017

Salimos de los jardines bajo la sombra de unos robles. En el centro de la rotonda tenemos la primera fuente de muchas que habría sembradas por el camino. Pasaban de las diez cuando atravesábamos el pueblo de casas antiguas de piedras pequeñas llamado Codeseda. Al final del pueblo nos encontramos unas fincas que servían de pasto a una manada de caballos. En el siguiente pueblecito, nos encontramos con la segunda fuente. Nos surtimos del refrescante líquido hasta la próxima.

Atravesamos la carretera asfaltada para llegar a un sendero pedregoso  que desembocaba en el Río Umia. Con la habilidad característica, sorteamos la maleza y nos acoplamos al margen derecho del río. No estaba muy alegre, aguas paradas y cubiertas de hojas. Rompe el paisaje una cuerda colgada de un árbol. Esto hacía sospechar que algún día hubo gente haciendo el tarzán en esa parte del río. Algunos congostreños hicieron la pose para que coincidiese la mano sobre la cuerda y dar la impresión de que la agarraba. Unos con más éxito que otros. El sendero alternaba entre el río a la vista y zonas cubiertas dónde caminábamos a los pies de grandes fincas.

Pasaban de las once cuando llegamos a un área de recreo, con una casita que se utiliza como refugio de pescadores de Abragán. Dispone de un asador y una mesa con bancos de piedra para poder comer, pero era muy temprano y la gente se dedicó básicamente a hacer fotos y hacer poses sobre los laterales del puente. ¡Gente que se sabe bonita!

Pasamos por una zona de molinos en Filgueiras. Su estado era, entre el desastre y la rehabilitación. Ya pasaba rato de la hora cuando suena una alarma: “¿Cándo se come o plátano?”. Casualmente pasamos por una improvisada playa fluvial, así que se decide tomar un descanso y el plátano. Un congostreño que disfrutaba del descanso sentado en una roca a orillas del río, se concentraba en su móvil, cuando de repente le entraron sudores fríos que le recorrían el cuerpo, era una piedra que había saltado imitando a una rana y había asustado al concentrado, provocándole esos sudores, ¿o lo habían salpicado?

Gran parte del camino transcurre a la sombra de los árboles propios de la zona húmeda del río y bosques de robles como los de Porto Bo y Os Rastreiros. También atravesábamos pequeños pueblos dónde había más casas que habitantes, como A Portela, Vilaboa, etc. En una finca perfectamente cuidada, había un manzano cerca del camino que pedía por Dios que le aliviasen el tormento del peso de las manzanas; ya no tenía casi hojas y las manzanas, perezosas,  se negaban a caer.

Llegamos al pueblecito de A Grela, que estaba pendiente de las fiestas locales, estaban los chiringuitos pero no había gente que los atendiesen. Teníamos prometido unas tapas: “ó chegar o pobo tomamos unha tapa de polvo”. ¡Qué bien!, y si además tenemos pulpo, completamos, comentaba alguien con poco dominio del gallego de pueblo.

El guía, con muy buenas relaciones y dotes persuasorias, contacta con un señor  que desde lejos habríamos confundido con una embarazada de trillizos: “non hai ninguén aquí, iamos tomar unhas tapas e unhas cervezas pero temos que fastidiarnos”, le comenta.
“¿Non tomades cervezas aquí?, pregunta el guía. “Non, eu non, que me hinchan muito”, le responde el de los trillizos…
Una voz en off comentaba: “pois cando hinches as rodas do coche, fíxate donde metes o pitorro, que hai algo que falla”.

Detrás del muro que soporta el recinto de festejos, había otra fuente que utilizamos debidamente, luego seguimos por el sendero. Ya eran las dos y teníamos prometido que en media hora alcanzaríamos un pueblecito con bar y cervezas fresquitas. Ante esa promesa, la gente anda más deprisa, pero veinte minutos después, al pasar por otro pueblecito, que nos ofrecía una fuente con un agua fresquita, con un tanque de acero para dosificar la ingesta, volvimos a caer en la tentación. Aunque no cobraba donativo, vigilaba la fuente una cabrita blanca que no perdía detalle, en silencio, raro en esta clase de controladoras.

Diez minutos más, y nos topamos con la fuente del cáñamo, recibe este nombre por ser dos caños de agua situados al lado de un almacén de cáñamo.

¿Está fresquita? pregunta una congostreña reciente a otro, que acababa de beber. ¿Cuán, la de la derecha o la de la izquierda? Contesta como auténtico gallego. ¡Ah!,  ¿porque son diferentes?, se asombra la novata. Pues la de la derecha. Sí, está fresquita, le contesta. ¿Y la de la izquierda?, también, le vuelve a contestar.

Una familia equina nos espera en un camino sombrío entre Vilaboa y Sabucedo, se trata de dos yeguas blancas adultas y dos crías marones. Esperan a que nos acerquemos para andar unos pasos más. Cuando hacemos ademán de acariciarlos, se piran cuatro pasos. Repiten la hazaña hasta encontrar un acceso al monte y se van por él. Se alejan unos metros y nos ignoran.

La promesa de cervezas empieza a hacer aguas. Llegamos a Sabucedo, y allí nos encontramos un merendero con una construcción parecida al circo romano (gradas de teatro) donde se llena de caballos y las gradas las usan los espectadores. En el mismo recinto había otra fuente a la que debería acudir mucha gente en plenos festejos, pues había dos grandes bancos de piedra, uno a cada lado. Creo que era la última fuente del recorrido, no estoy muy seguro, el guía solo lo dijo unas seis veces. Todos sabemos que no se convierte en cierto hasta la décima.

En este merendero figuraba un letrero que alguien leyó: “ruta de codeseda-raspa das bestas”. En mi mente apareció la imagen de grandes pescados peleando entre sí y unos quitándole las espinas a otros! ¡Qué barbaridad!

No lo podíamos creer, daban las tres de la tarde cuando por fin entramos en el bar “Teleclub” y tenía las suficientes cervezas frías para calmar a la tropa. Además se portaron extraordinariamente y nos dejaron juntar mesas y comer el bocata, incluso alguno lo compró en el mismo bar. En media hora despachamos.

A la salida una buena señora les regala tres gorritos para el sol, con publicidad de una entidad bancaria. El tema dio mucho juego y carcajadas.

La parte silvestre ha quedado atrás, ahora nos toca monte pelado. Aprovechábamos cada sombrita para tomar aliento. Una de las paradas de reagrupamiento se produce en un cruce dónde se producía una corriente de aire que refrescaba al grupo. Aire acondicionado gratis, decía el guía, tumbado en el suelo y con las manos agarrando la nuca.

Al terminarse el aire, non desplazamos por un sendero que se parecía a un cortafuegos. En una bajada, salpicada de piedrecillas al gusto, dos congostreños pusieron a prueba su equilibrio. Solamente uno tuvo éxito: logró una marca en una mano y la moral por los suelos. También la más prudente hizo pruebas de deslizamiento, ésta ya se lo tomó más en serio, lo que acaparó la atención del botiquín.

Con lo fácil que era seguir la marca que señalaba un estrecho sendero entre los helechos y que ofrecía mayor agarre y adherencia. Una vaca solitaria contaba con indiferencia los que iban cayendo. ¡No me lo puedo creer! Seguro que pensaría, y dicen que las vacas son las locas.

Una manada de caballos se acercaba sin temor a los que caminamos. Cerca, pero con prudencia, al menor indicio de peligro, nos enseñaban el rabo al alejarse.

En un tramo del camino, casi al final del recorrido, bajamos entre robles, por una pendiente de tierra negra cubierta de hojas secas, una bajada técnica. Sé que era tierra negra, porque una compañera, en un arranque de solidaridad decidió limpiar el camino de hojas. Me recordó a las señoras que rodean las iglesias de rodillas por una promesa. Esta promesa consistía de bajar el camino apoyado con manos y pies, y con el culo ir juntando todas las hojas del camino. Las hojas no pudieron aprovecharse, traían consigo mucha tierra. Creo que alguien estaba pensando contratarla para arar las fincas. Con los aperos necesarios conectados, claro.

En un pueblecito llamado As Quintas, nos encontramos un hórreo y un hórrea. Sí, sí, habéis leído bien. Se trata de una construcción de piedra, con la misma finalidad que los hórreos, pero mucho más ancha, organizado con muchas cavidades de distintas formas, como un armario ropero. Lo habían rehabilitado por completo. Solo la estructura de piedra era la original, el resto de la madera y tejado había sido repuesto.

Las propietarias nos invitaron amablemente a visitarla incluso por dentro, y nos explicaron todo el proceso y el tiempo que habían invertido en la rehabilitación. Creo que era de una orden evangelista y tenían la finca y las construcciones muy cuidadas. Nos recalcaron que viésemos el reloj de sol coronado por un pájaro de color verde y el rotulo en relieve, donde figuraba la fecha de construcción 1899.

Los horrea (horreum en singular) eran construcciones de almacenamiento de productos alimenticios, principalmente grano, en la Antigua Roma. Su gran solidez permitió que estos almacenes estuvieran operativos durante más de 500 años. Estos edificios solían ser de planta rectangular o cuadrangular y su interior estaba dividido en compartimentos. Los hórreos son de un único compartimento.

Salimos de la finca por un camino creado sobre el mil ochocientos, estaba decorado con unas ortigas un poco más recientes. Gozaban de plena vitalidad, las ortigas, digo, según dos compañeros que llevaban pantalón corto. No lo dijeron expresamente, se deducía de los gritos de alegría que exhalaban cada pocos pasos: ¡hay, hay, joder, mierda!, ¡Qué manera de disfrutar!

A la llegada, tuvimos la suerte de contar con dos baños con agua caliente, sí, sí, caliente. Nos acicalamos para la cena y sobre las nueve y media estábamos a la mesa.

Cena:
La cena transcurrió sin incidentes, la mesa decorada con mucho gusto, incluyendo las flores frescas. Unos entrantes de tortilla, empanada y croquetas nos hicieron agradable la espera  del pescado y el churrasco. La tortilla, deliciosa, la empanada muy buena y las croquetas riquísimas.

En la sobremesa, se reparten unos papelitos numerados que había que coger de una bolsa, sin ver, y pasar la bolsa. Luego el menor número empezaba escogiendo entre los paquetes el que más le gustase y lo desempaquetaba en la mesa. El siguiente hacía lo mismo, con la salvedad de que si era envidioso y le gustaba uno ya abierto, se lo “robaba” y el incauto escogía otro. Este proceso se repitió hasta el último número.

El primer pongo, lo escogen por el tamaño; está comprobado que el tamaño, sí importa. Muchos peluches y botellas; Había mucha joya en formato de collares, pulseras y anillos; uno pequeñito, elegido por su impecable envoltorio de superhéroes, al abrirlo se dieron cuenta de que era bonito. El más disputado era un trio de platos decorados en tonos azules que cambió de propietario varias veces, cambiándolos por peluches o esposas para ciertos juegos, acompañada de  un triquini amarillo de talla única. Pero lo que más éxito ha tenido era el que le tocó al miembro más activo, era una bolsa de guirnaldas y un "pepino"  con dos bolas, ideal para golpear la piñata.

Cuando se consiguió calmar a la afición, se repartieron unos diplomas como reconocimiento a la dedicación y el compañerismo. El más deseado era el dedicado al “miembro” más activo.

Todo muy rico.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…

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