CRÓNICA PATEADA 227

Riberas del Río Ulla, Touro y Vila de Cruces (A Coruña) 15/07/2017

Llegamos a Remesquide, solamente encontramos el bar del mismo nombre. El Área Recreativa, se había escondido más arriba, en el interior de una robleda. Una vez localizada por todos, nos pusimos en marcha.

Subimos por el margen derecho del Río Ulla. En varias ocasiones nos alejamos del río y trepamos al monte para sortear algunos escollos del camino. El trayecto transcurre por senderos sombreados. El ritmo es vivo y el calor se nota. Sobre las doce, se hace una pausa para el plátano; en diez minutos ya estábamos caminando otra vez.

El sendero se desvía por carretera. Siguiendo el principio del senderismo, para evitar asfalto, nos metimos por un camino entre prados de hierba seca, que parecía que atajaba. “¡Vamos por aquí, que seguro que hay salida!” dice un congostreño. Los pescadores siempre abren camino para llegar al río.

Después de varios intentos e incursiones entre ortigas, fuimos a salir a una finca particular con frutales. Un alambre hacía de frontera entre la maleza y la finca impecablemente limpia. La cruzamos por el borde escopetados antes de que se enterase el propietario. A algunos despistados se les cayeron unos melocotones en el bolsillo al pasar. Después del mal trago, nos encontramos a dos metros de salida, en la misma carretera asfaltada. Sigo dando por válido el refrán: ¡no hay atajo sin carajo!

El camino nos lleva hasta Rianxo, pero no cantamos ninguna rianxeira. Algunos frutales descolgaban hacia el camino, como ofreciendo su premio. Volvemos al río.

Siguiendo nuevamente el margen del Ulla, en un momento dado, perdimos el camino; no escarmentados volvemos a probar: en vez de volver atrás a buscar nuevamente, cruzamos el río, el más osado improvisa por el pie de los campos de maíz. Este camino nos lleva a la finca de un vecino que cabalgaba a lomos de su tractor intentando mantener a raya los hierbajos. De frente encontramos una muchacha que estaba tomando el sol casi desnuda en la finca aprovechando la intimidad de la propiedad. “¡Qué susto llevamos!” dice alguien una vez en el camino. “¡Coño, que susto llevaría ella!”, que estaba casi dormida. Seguro que habría soñado con un príncipe que viniese a su encuentro montado en un caballo blanco, pero cuando abre los ojos se encuentra con una hilera de mochileros que entran sin permiso a su finca. Mientras la pobre intentaba hacerse con la situación, el padre llama a la horda indicándoles el camino más separado de la niña para que se piren rápidamente. El tono no hacía notar su malestar, seguramente decidió librarse de nosotros en vez de atosigarnos con el tractor.

En poco tiempo ya estábamos por senderos de Raindo. Aquí nos encontramos un muro  con un escudo y una vieja puerta abierta. Seguramente era la casa de Perico, así que los más curiosos entraron como Perico por su casa. “Qué, está a porta aberta!, ¿non?” decían como justificación a su curiosidad. Parece que dejar la puerta abierta es una invitación implícita.

Moraleja: hay que cerrar la puerta de casa, no vaya a ser que encontréis en el pasillo a algún vecino observando los cuadros o el papel pintado, con cara de curiosidad, y si lo ves mal, seguro que dice: ¡Qué, está a porta aberta!, ¿non?

Se veía un lugar antiguo, pero bien cuidado. Se notaba el gusto por las flores de los habitantes, y la poca maña con los aperos.

El lugar resultó ser el Pazo de Raindo, llamado también Pazo-Torre de Porras de Raindo. Su antigua estructura de piedra, data del siglo XVIII. En un principio era de propiedad monacal. Se cuenta que los monjes que allí vivían daban cobijo y alimento a peregrinos e indigentes, haciendo uso del derecho de asilo que tenía esta casa. Los perseguidos por la justicia se agarraban a unas argollas que había en la entrada, hecho por el cual quedaban exentos de ser detenidos por los alguaciles que los perseguían, al considerarse que ya estaban a salvo. Seguro que gritaban: “por mí y por mis compañeros”, mientras le echaban la lengua al alguacil.

El pazo perteneció posteriormente a los hidalgos Porras, Varelas y Ojeas cuyo escudo de armas labrado en piedra se muestra encima del arco de la entrada. Los motivos decorativos seguramente hacen alusión a su cometido no bélico, ya que se ven ruedas de carro y herramientas. En el año 1907 su propietario D. Ramón Otero y Cotón Gil Porras y Turnes, obtuvo el título pontificio de Conde de Turnes. Estos hidalgos vivían de las rentas que producían las tierras adjuntas al pazo, arrendadas a colonos y a jornaleros que trabajaban el campo.

A la entrada del portalón y en el cruce de caminos se halla el cruceiro, realizado en granito, tiene la cruz cilíndrica, y en el anverso hay un Cristo crucificado, con la cabeza inclinada cara a la izquierda. Algo no habitual en otros cruceiros de Galicia. En los años 30, la última propietaria de la familia, vendió el pazo al administrador, marchándose a vivir a Santiago de Compostela, donde falleció. Es un pazo de propiedad particular y,  por lo tanto,  no es visitable por los turistas (a no ser que dejen la puerta abierta, o seas familiar de Perico).


Faltaban unos minutos para las dos, cuando llegamos al punto de retorno. Cruzamos el Ulla por el puente de cemento de Besabe y volvemos a descender, no literalmente, pues nos encontramos con algún falso llano. En un lugar a la sombra y sentados sobre piedras alfombradas por musgo, nos tomamos el bocata.

En el descenso, nos cruzamos con bosques atlánticos con influencias mediterráneas, contenían alcornoques de todos los tamaños. En esta ocasión no vimos demasiados eucaliptos.

La parte más refrescante hasta el momento fue la visita a la “Fervenza do Inferniño”. Seguro que fue el calor: unos reponían agua y otros más necesitados, se duchaban literalmente haciendo posturitas para la foto.
El camino siguiente discurre igual que la subida, salvo que sobre las cinco y cuarto, como no habían quedado suficientemente frescos, se aprovecha una zona accesible del río para bañarse.

El final del circuito hasta Ribeira es pesado, transcurre por un camino ancho y soleado  y carretera asfaltada, motivo por el cual, los más inquietos vuelven a las andadas: “¡Por aquí parece que va un camino!” dice alguien. Unos lo siguen hasta que se meten a los pies de campos entre el maíz y el río, pero a tenor de las anteriores experiencias dan la vuelta, solo cuatro terminan la aventura. No saben lo que se perdieron: marcas en la cara con las hojas del maíz, piernas rascadas con las zarzas, bajar a zanjas para poder cruzar, picaduras de tojos… ¡una pasada!

Las cervezas se toman en el único bar cercano: Remesquide. Agotamos todas las existencias de cerveza fría. Al final ya no se pedía marca, solamente que estuviese fría.  Todo muy rico.

Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,

¡Hasta la próxima! Agur…

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