CRÓNICA PATEADA 226

Muiños de Samieira (Pontevedra) 24/06/2017

Sin que sirva de precedente, llegamos todos puntuales.  Quedamos en O Covelo, en el bar O Lar de Albariñas, donde tomaríamos las cañas al final del duro trabajo. Salimos veintidós pero se nos unió un alegre perrito que iba paseando a una señora.

Comenzamos atravesando la carretera para bajar por unas escaleras que daban paso a un lavadero y de él a una especie de túnel por el que circulaba un río que vertía sobre la playa de Covelo. Continuamos por la costa pasando por las playas de Caeiro y Laño para volver a cruzar  la carretera general de la que partimos. El guía había tenido la delicadeza de “plantar” por todo el recorrido, unas fuentes para el suministro y también algunos árboles que proyectaban sombra sobre el camino. En los tramos de difícil acceso también se había preocupado de dotar de puentes de madera con sus pasamanos que imbuían confianza. Aún era temprano y un congostreño ya se está columpiando. Pegado a unos pasadizos de madera, había un árbol,  con una cuerda y del extremo, colgaba  un congostreño con alma de niño, que se balanceaba llamando la atención para que fotografiasen su hazaña.

El primer molino era el de “Portas” que daba paso a una ristra de más molinos en todo el recorrido, cada uno con su nombre. Subimos a orillas de un riachuelo que debería alimentar a aquellos destartalados molinos en el pasado. N0s toparnos con el Camino de Santiago en el medio del monte. Seguimos un tramo hasta una carretera asfaltada donde había un poco de sombra. Debido a la escasez de ese bien, nos sentamos bajo un árbol y nos tomamos el plátano en un pispas (más pis que pas, a juzgar el trasiego de congostreñas a una zona del oculta del monte). Al terminar, fuimos en busca de  un petroglifo. Curiosamente estaba en la “Ruta do Viño”, pero estaba más seco que la mojama, que dicen que está sequísima. Se trataba del Petroglifo de Outeiro do Cribo. Dicen que debe su nombre a la forma de una criba, una herramienta circular que utilizaban en la zona para cribar harina (separar las impurezas). También se conoce como “peneira” o cedazo. A mí, se me parece a la espiral que tienen las cocinas vitrocerámicas.

¡Ah! También había dos cervatillos esquemáticos pero con líneas profundas, que consiguió plasmar una escena de caza. Yo creo que los cervatillos habían venido a ver qué coño hacía aquél pirado rascando una piedra y se le ocurrió esculpirlos. Otra posibilidad es que al intentar hacer otra espiral, le saliese una línea recta y dijera: ¡mierda que mal me ha salido esta espiral, pues le pongo dos rayas en un extremo y son unos cuernos, otra raya en el otro extremo y es un rabo. ¡Bingo, un ciervo! A no, que aún no había bingos. ¡Eureka, un ciervo!

Seguimos la ruta del río Chanca, estaba muy floreado y nos llevó al Monasterio de Armenteira. Mientras unos admiraban esas viejas paredes cultivando el alma, otros se preocupaban de necesidades más terrenales: se sentaron en la terraza del bar O Comercio  a tomar callos con garbanzos, regados con sidrina fresca.

Continuamos subiendo por la ruta del Rio San Martiño, procurando dejar atrás a los de los garbanzos por razones obvias. Seguimos con la esperanza de cubrir unos hoyos. Después de unos metros por monte autóctono con demasiados eucaliptos, llegamos al Club de golf, una estancia amplia de dos plantas. Subiendo unas escaleras, se llega al comedor. Sus grandes ventanales comunicaban con una terraza que cubría dos laterales.

Pequeños grupos de congostreños dudaban donde situarse, oscilaban de una mesa a otra del comedor y de éste a las mesas de la terraza. Buscaban el lugar idóneo por comodidad y frescor. Una señora con un bolígrafo y un block seguía a un grupo, luego a otro y a otro más, sin decidirse a qué grupo preguntar. Terminó por encoger los hombros, abrir los brazos y dar la vuelta mientras susurraba: mientras no se sienten, no puedo tomarles nota.

Unos tomaron el bocata sobre el césped, otros en la terraza y una pareja tomó algo que era un secreto hasta que alguien se chivó: Están tomando unos filetes a la plancha. Era secreto de cerdo, le recriminaron. ¡Ups!


De dos a tres, estuvimos disfrutando de los placeres terrenales. Luego continuamos camino. Rodeamos la alambrada que protege al campo de golf y seguimos por el pinar que nos llevó al bosque de secuoyas californianas mayor de Europa. También lo llaman Bosque de Colón, por coincidir su plantación en la fecha del descubrimiento de América en 1492.

Al salir pasamos por un área de recreo que se hundía bajo la maleza, era aquí, donde el guía había plantado la última fuente. Por ser la última carecía de un fuerte chorro. Salía de un tubo verdoso, un chorrito que crispaba a los últimos de la cola.

Durante el siguiente tramo, nos llama la atención un nido de escarabajos de muchos colores. Era una imitación de las quedadas de antiguos Seat 600, pero en el modelo escarabajo. Seguimos por el pinar que nos muestra unas vistas de la Ría. Siguiendo el sendero entre eucaliptos, nos encontramos en una cascada. Tenía la apariencia de un cazo. El charquito era pequeño y la cascada bastante alta. Un congostreño hace gestos de subirse a la cascada y tirarse en pelotas, como si fuese un tobogán. Otro le contesta con un gesto de quedarse enganchado con algo en una grieta y bajar como un eunuco.

El falso llano que tuvimos que pasar, dio algunos problemas a los no acostumbrados a terrenos cabríos. La recompensa estaba en el Mirador del Campanario. Desde aquí se ve la Isla de Tambo y toda la ría.

El próximo mirador es el de la Tortuga. Había que ir cargado de optimismo y mucha imaginación. Había una gran piedra, que desde una perspectiva concreta, con niebla y con mucha voluntad, podría parecerse a una tortuga. Las vistas habían sido cortadas por el crecimiento de los árboles. También requería grandes dosis de imaginación.

Otra cascada al borde de una carretera volvió a retener al grupo un poco de tiempo. Fotos, salpicaduras, hacían las delicias de los juguetones. Un congostreño bromeaba: “si éste se tira al agua, entra por los anales de la historia”. El aludido aprieta el culo para que no le entrase nada por los anales.

Llegamos justo al cruce donde estaba el bar. Las cañas las tomamos en el sótano. Nos repartimos con más sillas que mesas, donde había unos jugosos aperitivos, nos sirvieron, con las bebidas, una especie de hamburguesas a la plancha, triángulos de queso curado y unos chorizos picantes a la cazuela, un poco fantasmas. Al tomar un trocito y cerrar los ojos, el resto desaparecía. Todo muy rico.

Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,

¡Hasta la próxima! Agur…

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